lunes, 21 de noviembre de 2011

I Concurso Falsaria de narrativa


FALSARIA Red social para escritores


Les invito a conocer está propuesta de certamen literario.
Existen unos requisitos para participar, les dejo toda la información en el siguiente enlace http://www.falsaria.com/concurso-literario/


Les deseo mucha suerte y mis mejores pensamientos a los que se ilusionan, cada vez que envían su obra a un nuevo concurso. Muchos éxitos; a leer, crear y sobre todo corregir una y otra vez...

También les dejo dos enlaces de sitios que actualizan concursos literarios (en especial aquellos que se pueden enviar vía correo electrónico)
http://www.guiadeconcursos.com/concursosliterarios/
http://www.escritores.org/index.php/recursos-para-escritores/-concursos-por-email-

sábado, 19 de noviembre de 2011

Colaboración: Horror frente al espejo por. Carlos Tizoc Zaragoza / México

Horror frente al espejo
Dedicado especialmente a Dadiana 
donde quiera que estés, tú sabes porque, vaya que lo sabes… 


 


Su mamá de antemano sabía la respuesta; sin embargo, aun así la llamó para invitarla a cenar. Eran apenas las siete de la noche, aún no se obscurecía del todo, pero ella le gritó que no tenía hambre y se encerró de un portazo en su cuarto. Su mamá sólo alcanzó a mover la cabeza en silencio, de un lado a otro, reprochándose la falta de carácter… 
Era viernes; sin embargo se sentía demasiado débil como para ir al cine con sus amigas. 
Arrastrando los pies se dirigió al baño, se miró en el espejo y con un esfuerzo atroz se desinfectó la herida del pómulo derecho. Tenía miedo que su madre la viera en ese estado 
tan horrendo; porque las preguntas no dejarían de sonar hasta encontrar la respuesta correcta.  
Hoy no fue la primera, pero sí la caída más dolorosa. En otras ocasiones había tenido la fortuna de desmayarse sentada, o bien, en los brazos de Alberto, su novio. Pero en esta ocasión la sorprendió bajando las escaleras del condominio. Para su buena fortuna, sólo recorrió los últimos tres escalones antes de impactar el rostro contra el concreto. 

Al terminar de la limpieza en su cara, levantó la tapa del inodoro y se inclinó sobre él; pero no vomitó nada. No había nada que vomitar. Se puso ropa cómoda y se metió mareada en la cama. Pensó en su mamá, pero no en lo que hizo de cenar. El hecho de pensar en comida le provocaba repulsión. Sabía que el asco no era producto de un embarazo, pero prefirió creer que sí. También sabía que estaba llegando al límite permitido de resistencia en su cuerpo, pero no sabía cómo parar. Cuando al fin anocheció, no supo si el sueño la venció o un desmayó la poseyó. 
Aquella noche soñó con sus dos hermanos y su madre en un día de campo, con el perro jugando y el viento corriendo a placer bajo el sol. Una vez más como en tantas otras 
ocasiones: se miró en sus sueños comer a placer, sin remordimientos ni culpa. Como ansiaba inconscientemente poder hacerlo fuera de ellos. 
Un piso abajo, su madre consternada pactaba a escondidas una cita con el especialista para el sábado a medio día, no podía postergar más el castigo que se estaba infringiendo 
su hija. Sólo rogo por qué no fuera demasiado tarde. 
Pasada la media noche, el dolor del tórax contrayéndose y el crujir de sus entrañas la volvieron en sí. No intentó prender la luz ni levantarse. El dolor se lo impedía abruptamente. Pasó sus manos sobre su estómago, mientras cerraba los ojos para mitigar un poco el dolor, pero no fue suficiente. Sólo la espesa noche fue mudo testigo del terrible calvario que estaba sufriendo. Por un momento creyó dentro de su obtuso cerebro que un vaso de agua calmaría a sus intolerantes tripas. — ¡Qué terrible error!—. Si no resultaba, siempre estaba la solución forzada en el cajón del escritorio, guardada bajo llave.  
Sintió como las fuerzas abandonaban su cuerpo, mientras el sudor helado surcaba la frente hirviendo. Pero gracias a un esfuerzo sobrehumano se incorporó, apoyándose de los brazos, giró el tronco y movió sus extremidades inferiores, de manera que ésta quedó sentada del lado derecho de la cama. Gestos sublimes de dolor adornaban un rostro anguloso dentro de la noche. Sin opacar del todo la belleza que éste desprendía, aún... Se levantó con más inercia que con ganas, tambaleándose, se dirigió al baño de la recámara, encendió la luz mientras cerraba la puerta. Encorvada en todo momento mientras un brazo le cubría el escuálido abdomen, colocó el vaso y abrió la llave, en lo que éste se llenaba, se miró en el espejo más anémica que adolorida. No dejó llenar el vaso y lo bebió todo con precipitación. Nuevamente colocó el vaso y nuevamente abrió la llave; esta vez dejó que se llenara y lo bebió una vez más desesperadamente. Sus tripas le exigían a 
retorcijones alimento sólido, pero no las complació. No pensó en hacerlo. Se limpió con la toalla la boca y miró por primera vez en el espejo sus labios delgados descarnados, pero no se alarmó.  
Se encaminó hacia la recámara con un poco de agua en el vaso, apagó la luz y encendió la de la recámara. Se acercó y abrió la puerta del clóset. Al hacerlo, se miró de frente al 
espejo, mientras su cabeza se inclinó sin desearlo al lado derecho. Recorrió con la mirada su cuerpo y lo vio estropeado, se miró a los ojos con la mirada triste. Pero así se gustaba. 
Le dió un sorbo más al vaso de agua hasta que sació su “hambre”. Miró en el espejo, el reflejo de aquella mano que sujetaba el vaso. No comprendió de donde obtenía las 
fuerzas necesarias para sujetarlo. Recorrió con la mirada su propio brazo esquelético sin alterarse, hasta que no soportó más y lo soltó. Bajó despacio la mirada hacia sus pies descalzos; miro sus descarnados dedos y su empeine huesudo. Pero se sorprendió más por los vidrios rotos. Alzo la mirada, se miró de frente al espejo y a los ojos sin miedo. 
Sabía que algo estaba mal desde hace varias semanas, pero no podía detenerlo. — ¡No estaba en sus manos hacerlo! 
Se quitó la playera sin dudarlo, seguido del bóxer, el sostén y finalmente las pantis. De cada prenda que se iba desprendiendo, hizo una reverencia viéndose al espejo.  
Cuadro de Botero
Cuando al fin se contempló desnuda, con la mirada extraviada, se miró fijamente, meticulosamente. Sabía que no había carne donde tendría que haber, pero se sintió gorda y se odió eternamente por permitirse que eso le pasara a su cuerpo.  
A partir de mañana entraría a una nueva dieta —pensó—. La cual comprendería: medio vaso de leche en el cereal de la mañana, sin pan de dulce. Dos vasos de agua en la comida 
acompañados de una manzana, quizás, con un trozo de verdura verde, tal vez también un trozo de pan integral, pero muy pequeño, y para la  cena dos vasos más de agua 
acompañados de media manzana. —Agua natural, pues tenía que evitar los azúcares—. Además de duplicar la dosis de pastillas para adelgazar; ahora tomaría una en la mañana y 
otra en la cena. Asintió con la cabeza al terminar el plan de la nueva dieta. 
Su mirada desfallecida, sus ojos sobresaltados ahogados, sus pómulos descarnados y sus dientes pronunciados. La igualaban más a un esqueleto andante que a una joven de 17 
años.  Se miró en el espejo. Parpadeó mientras recorría su descarnada figura de arriba hacia abajo. Se detuvo en su pecho marchito que asemejaban un par de pellejos colgantes sin carne, tendidos sin forma. Los palpó con sus manos esqueléticas, los levantó, se miró a los 
ojos y por primera vez desde hace tres semanas una lágrima surcó su mejilla evaporada. 
Continuó bajando la mirada, observando con detalle la piel demacrada, estirada, pegada a su caja torácica, luego sus costillas sin carne. Suspiró melancólica mientras continuaba 
observando su cuerpo. Llegó hasta donde dos grandes y puntiagudos huesos salientes a cada extremo anunciaban la cadera, pero no se detuvo. Continuó recorriendo su cuerpo 
reflejado en el espejo, pasando por las piernas (o  lo que quedaba de ellas), luego las pantorrillas, hasta terminar en los huesudos dedos  del pie. Cerró los ojos sin moverse, 
para no verse más.  
No le gustó ver su cuerpo en ese estado tan famélico. Pero sabía que era producto de su irresponsabilidad. 
Levantó la mirada triste y se miró persistentemente en el espejo. No podía ocultarse a sí misma la infinita indiferencia que tuvo para su cuerpo. El creer en las revistas de moda 
que ser delgada era ser la más bella. En el creer que ser esbelta era tener a miles de hombres cortejándola. El ver en la televisión las miles de jovencitas triunfantes con la 
figura perfecta…  
Se llevó ambas manos al rostro desfallecido, no quería seguir mirando el rastrojo humano que había hecho de su cuerpo. Lloró inconsolablemente en silencio frente al espejo, 
reflejando una silueta marchita, descarnada, un esqueleto andante forrado en piel blancuzca. Tarde se dio cuenta que ese mundo era irreal, pero cayó en la trampa. No podía seguir ocultando su cuerpo, no podía seguir engañándose, ya no podía engañar a nadie más. Era imposible seguir ocultando que necesitaba ayuda.  
Dio un paso hacia atrás mientras se contemplaba desgraciada. Un gesto sublime de dolor se reflejo en el espejo. Bajó la mirada espaciadamente y contempló cómo había sucumbido ante los vidrios rotos del vaso. No se espantó; pero el espejo reflejó su talón izquierdo vaciarse de sangre perezosamente.  
Sin fuerzas, intentó caminar hacia la cómoda para darse atención, pero su pierna sana la desplomó de un solo tajo. Un sonido hueco se escuchó cuando su cabeza golpeó el piso, 
sin alcanzar a salir por las rendijas del marco de la puerta.  
Una hora después, volvió en sí.  
No alcanzó a distinguir por sí misma. Sólo hasta que se vio reflejada en el espejo como yacía postrada en el piso, con un par de vidrios agudos incrustados entre sus costillas, escupiendo a borbotones su anémica sangre, formando un gran charco tibio de líquido rojo. Sólo hasta entonces intentó alarmarse. Pero para ese momento ya se encontraba 
bastante débil como para pretenderlo. 
Se miró temerosa en el espejo mientras gritaba infructuosamente sin aliento. Pero el auxilio no llegó a la recámara de su madre. La ayuda, sin saberlo ella, llegaría hasta el sábado a medio día.  
Cada vez que intentaba tomar aire para gritar, advirtió como brotaba con mayor fluidez la sangre hacia afuera. No supo si se impuso el miedo  a desangrase, o ver su rostro descarnado muriendo. Ya no intentó moverse, ya no había las fuerzas necesarias para hacerlo. Sólo se limitó a contemplar su cuerpo arruinado desangrarse en el espejo.  
Sólo un segundo antes de morir, observó su rostro. Miró sus lindos ojos verdes adornados por un par de ojeras cadavéricas demacradas, la piel amarillenta anémica de sus mejillas enfundadas a los pómulos y a las mandíbulas angulosas de su evaporado rostro, sus labios 
delgados descarnados y su cuerpo inmovilizado por la sangre que desprendía agitadamente. 
La bruma se apoderaba sin remordimientos de su insolvente cuerpo. Dentro de su irreal espejismo; se alcanzó a ver sexy… A sus ojos, por un instante todo era perfecto. Hasta que un parpadeo involuntario limpio sus retinas malgastadas. Su rostro cambió, se miró ¡exaltada!, ¡furiosa! Un pliegue de carne bajo la barbilla alteró su agónica muerte. Se odió intensamente por permitir tal monstruosidad.  
Aún había remedio —pensó—. Trató de ayudarse a ver linda y movió la cabeza hacia atrás; más y más hasta estirarla lo suficiente; más y más, hasta que desapareció. Se cercioró una vez más antes de morir que no hubiese ese pedazo de carne bajo el mentón en el cuello, 
que no hubiese carnosidad, que no hubiese esa pavorosa papada. Sabía que iba a morir y deseaba hacerlo lo más sensual posible. (El espejo, sin miedo, sólo se limitó a reflejar en silencio lo que tenía enfrente, como mudo testigo). Sólo entonces, con una sonrisa retraída en los labios, murió orgullosa de su escultural figura.  


Sobre el autor:
 Escritor Mexicano, ha publicado varios de sus relatos en distintas publicaciones locales. Pueden contactar con él mediante su perfil en Facebook, en el siguiente enlace:

http://www.facebook.com/profile.php?id=100000600641698


Espero que dejen sus comentarios, impresiones (en la opciones; excelente, me gustó, perdí tiempo) que se ven al final del relato. También pueden dejar sus +1 para apoyar las colaboraciones y el contenido del blog, recuerden que de esto vive cualquier espacio que intenta difundir nuevos autores. 
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lunes, 7 de noviembre de 2011

Colaboración: Te veo pasar por Reinaldo Bustillo Cuevas

TE VEO PASAR


Te veo pasar y no te digo nada,
no podría aunque lo quiera retenerte,
vas con tu cántaro de amores
a saciar urgencias diferentes.
Vestida con sonrisas glaucas
y con tu pelo alegre,